Orishas: la fuerza pura
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Por lo general los traficantes se apoyaban en ciertos jefes y tribus que habitaban las costas, que organizaban la cacería y venta de miembros de otras tribus.
El desarrollo de la industria azucarera sirvió para transformar el régimen cubano en un sistema esclavista. La esclavitud era la única fórmula que garantizaba a los dueños que sus obreros abandonaran las plantaciones para transformarse en pequeños agricultores y productores.
Las plantaciones y las exigencias inhumanas agotaba la vida de los esclavos en solo siete años, lo que originó una fuerte demanda por más mano de obra esclava y a un incremento sin precedentes de la importación de negros.
Entre 1821 y 1860 entraron más de 350 mil esclavos africanos procedentes de Costa Marfil, Calabar, Dahomey, Togo, Costa de Oro, entre otros. En Cuba la etnia más importante es la yoruba. Venía del antiguo Dahomey, Togo y del sudoeste de Nigeria.
Yoruba es el término que identifica a todas las tribus que hablaban la misma lengua, aunque no estuvieran unidas ni centralizadas políticamente. Por consiguiente es una denominación lingüística. Una de las tribus fue la de Ulkumí, mencionada ya en 1728 y origen de la palabra lucumí, con la que se llamaban a todos los yorubas que llegaron a Cuba durante la trata.
Su fundamental influencia cultural sobre los isleños la ejercieron por medio de su religión. Sus deidades u orishas siguen vivas e influyentes. El orisha es una fuerza pura, inmaterial que no puede hacerse perceptible a los humanos, sino tomando posesión de uno de ellos.
Santería
Si bien hubo diferencias entre los colonizadores españoles e ingleses, la más destacada fue la tolerancia de los católicos españoles en relación a las festividades africanas.
Increíblemente, existía una preocupación de los terratenientes esclavistas de mantener la idiosincrasia de las distintas tribus, con el fin de crear rivalidades, diferencias y oposiciones tribales con la idea de obstaculizar una posible unidad en la lucha contra los hacendados.
Al ser permisivos con las fiestas, la música y las diversiones, desconocían que ellas eran la forma tradicional de convocar a las deidades ancestrales y que eran en realidad una elaborada ceremonia religiosa.
Para fines del siglo XVIII los hacendados azucareros habían abandonado toda práctica religiosa en sus ingenios ya que ello representaba horas de producción perdidas, pero a su vez eran un freno a la rebeldía. Solo algunas fiestas anuales, las más importantes eran permitidas.
Así los africanos aceptaron de buena gana a los nuevos orishas que les presentaba el santoral católico. Orientados por la simple semejanza, fundieron las figuras de sus antepasados divinizados con los santos católicos. San Lázaro es Babalú Ayé, Changó es Santa Bárbara, Eleggua es San Antonio y un largo numero de sincretizaciones. Nació entonces la santería, la sincretización de los cultos yorubas y la religión católica.
Palmira, la Tierra Santa
A escasos diez minutos de la ciudad de Cienfuegos, y a 250 kilómetros al sur este de La Habana, está el pequeño pueblito de Palmira, famoso por su historial religioso y sus bien mentados santeros.
Aquí durante generaciones, cuatro familias cultivaron la santería, y para esta nueva centuria, sus enseñanzas, trabajos y rituales poseen la misma fuerza que les inculcaron sus antepasados: esclavos africanos que fijaron las características sociales y patrones culturales definitivos en la isla.
Debido a las dificultades de transporte existentes entre el Puerto de Jagua y Villa Clara los primeros años de la primera mitad del siglo XIX, emergieron sitios de descanso. Uno de ellos era el hato de Ciego Abajo -actual Palmira- donde a partir de 1842 por iniciativa de Augusto Serice Xenes, comenzó a nacer el poblado.
De las seis familias biológicas religiosas que existieron en Palmira, cuatro de ellas propagaron la tradición desde comienzos del pasado siglo: Lutgarda Fernández (Changó-Ochún), Felicia Fernández (Mafea-Yemayá), Mario Fernández (Babaloo-Obtalá) y Caridad Torriente (Ochún); todos ellos antecesores de Agustín Fernández, el santero más famoso de Palmira.
Agustín
Agustín Fernández tiene 90 años. Su físico no lo revela, pero su andar y movimientos dan cuenta del largo ir y venir por esta tierra.
Sentado en una mesa, al la sombra de unos árboles en el patio de su casa, relata sus comienzos en la santería: “El 15 de agosto de 1944 me consagré a la santería. Mi orisha es Obbá. Aprendí la religión de mi compadre Rafael Murga, oriundo de Cárdenas, nieto de lucumí. Me apadrinaron Mario y Felicia Fernández, ambos famosos veteranos de la religión. Más tarde practiqué junto al difunto Facundo Sevilla, otro santo. El era babaloo”.
Agustín es claro cuando hablar de religión se trata. “Sino se cree en Dios no se cree en nada. Dios es Supremo, es todo lo bueno, la paz de la conciencia. El da y quita la vida. Lo importante es tener fe en lo que uno profesa. La fe salva. Todo lo maligno es del diablo”.
Después de una pausa, prosigue: “La santería es de Dios, nunca le desee el mal a nadie. Alégrese del bien ajeno y entonces llamará a su propio bien...el brujo más grande es Ilala, la envidia.”
Este santero tiene el privilegio de ser uno de los más queridos y confiables de la zona. Otros también son santos pero son unos “descarados” según palabras de algunos habitantes de la pequeña ciudad.
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