Costumbres de pasear en Cienfuegos

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Costumbres de pasear en Cienfuegos
Por: Alfonso Cadalso Ruiz
27 de febrero del 2002
 
Amigos, en la vida todo cambia y resulta admirable cómo esa dialéctica se manifiesta en cada nivel del quehacer cotidiano. Es una realidad atómica y macro-existencial que nadie puede evitar. Esta reflexión llega a mi mente, porque me llama mucho la atención la evolución de nosotros los cienfuegueros en nuestra costumbre de pasear, especialmente durante las noches de sábado y domingo.

Es usual que en tales ocasiones haya cientos de jóvenes - ¡y otros que no lo son tanto! – congregados a lo largo y ancho del malecón, zona que es un verdadero orgullo para quienes sentimos la dicha de haber nacido y vivimos en la Perla del Sur.

Ante el mar de nuestra bahía, habitualmente sereno y salpicado por el reflejo de la luna y algún que otro barco, mucha gente hace sus tertulias, escucha música, degusta alguna bebida favorita y hasta sueña con viejos romances que tuvieron como escenario este mismo lugar. El malecón cienfueguero es el punto ideal para la charla amistosa, o sencillamente para ejercitar el cuerpo con caminatas de ida y vuelta.

En este segundo año del siglo XXI y del tercer milenio, sentado en el muro del malecón una cálida noche, me puse a reflexionar sobre la costumbre cienfueguera del paseo nocturno y, echando manos al recuerdo de los más viejos, se gestó el embrión de este comentario que hoy comparto con ustedes.

No siempre fue el malecón lugar de paseo y de tanta afluencia de personas. Por los años cincuenta del recién terminado siglo, ese privilegio lo ocupaba el Paseo del Prado, ancha y hermosa senda a lo largo de la calle 37. Nuestro Prado, el más largo de Cuba según muchos, recibía multitudes paseantes en sus diecinueve cuadras de extensión, aproximadamente. En verdad, el área neurálgica del Prado se localizaba desde Prado y San Carlos, hasta Campomanes.

Sábados y domingos, los otrora más jóvenes que hoy, nos desplazábamos continuamente con habituales escalas para conversar, lanzar un piropo a una linda muchacha y sentarnos a retomar fuerzas en el primer banco desocupado. En el Prado las jovencitas exhibían el nuevo vestido, regaban el aire con una combinación de perfumes y fragancias naturales, y marchaban al compás de sus altos y finos tacones, que reclamaban un buen entrenamiento para caminar bien con ellos.

 

 

 

 

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